40 años no es nada, feliz la mirada a otros 40 más


Hoy llegué a los cuarenta años y estoy feliz. Pienso e inmediatamente recuerdo todo lo que he construido. Una linda familia que la integra una gran mujer que es la base de los logros que hemos conseguido, dos niños hermosos que han ido creciendo con personalidad y conciencia y una pequeña que llegó este año para rejuvenecernos.

Lejos ha quedado ese 11 de marzo de 1969 cuando conocí el mundo en uno de los pabellones de la ya abandonada Maternidad del Hospital El Salvador. Ayudado por un fórceps, instrumento médico semejante a una tenaza, llegué ese día a ser el primer hijo del matrimonio entre José Cirilo y Bertina María, ambos provincianos que a fines de la década de los sesenta viajaron desde el campo a la capital, el primero desde la localidad de Los Laureles en la Región de la Araucanía y la otra desde San Clemente en la Región del Maule, a buscar una mejor vida.

A ambos le agradezco la hermosa niñez que me dieron. No teníamos mucho, pero teníamos todo lo que necesitamos. Nuestra casa se construyó con esfuerzo, primero fue una mediagua para luego cambiarnos a la casa de ladrillos que se construyera con los planes del Serviu. Jugué en calles de tierra, con los pirigüines que nacían en las pozas que se formaban en los terrenos que hoy ocupa el Hospital Militar en La Reina, recorrí los cerros de la precordillera, hice volantines y cubitos para vender en la población, vendí recorriendo las casas queso de cabra que traía una tía desde Lampa, ayude al lechero que pasaba con su carro y a la “vieja” de los pescados en la Feria.
Fui monaguillo, brigadier de la sexta compañía de Bomberos, futbolista del Club Cordillera, del club de Atletismo del colegio, y empaquetador del supermercado Portofino que se ubicaba en Plaza Egaña. De todos me echaron por desordenado, Ja.

En bus y en tren

Mis primeros estudios los hice en unos buses transformados en sala de clases y del cual nos arrancábamos por las grietas que quedaban justo donde antes estaban las ruedas. Una parvularia viejita sufrió con este niño, que desde esos años le recomendaban tomar Ritalín. Tras un año nos cambiaron al llamado “liceo tablita” o la Escuela F N° 425 de La Reina, ésta ya no existe ya que fue fusionada con otras escuelas y un liceo para hacer el Complejo Educacional La Reina. Hasta quinto básico estuve ahí con las señoritas Mitzy y María Teresa, que son las que recuerdo. Aunque pasaba fuera de clases (no porque me escapara si no porque me echaban por molestar o porque me mandaban a repartir esas galletas con Fortesan que daba el Gobierno para superar la desnutrición de los niños chilenos) tenía buenas notas, ya que mi mamá me adelantaba en las materias leyendo primero que el resto y me dedicaba a jugar para me aburrirme.

Ha pasado el tiempo y atrás quedan tantas historias de esos años.
Pasó el tiempo y gente que he amado ya no están. Mis tres abuelos que conocí cuando niño se han ido. Primero se fue el Yeyo, ese viejo ermitaño que llegó al final de sus días sólo con sus perros en su choza de piso de tierra y calentándose con una fogata en su interior. Recuerdo su imagen e inmediatamente me entristece saber todo lo que sufrió. Una pelea con su padre que lo llevó a cortar relaciones con su familia y simplemente desheredarse, al tiempo fue abandonado por su señora y tuvo que encargarse de sus cuatro niños pequeños así los repartió entre internados y familiares.

Mi mayor recuerdo con él fue una vez que estaba en su casa y salí al patio a hacer unos hoyos con una azuela pensado que era un azadón y cuando me vio puso el grito en el cielo por lo que nunca más quise ir a verlo. Por el contrario, ansiaba que llegará fines de diciembre para “volar” en el tren de La Frontera o en el bus Igi Llaima a la casa en que vivían de mis abuelos Heriberto y Clemira en el Fundo Las Rosas, que se ubicaba en el camino entre un pueblito llamado Los Laureles y el Lago Colico. Fueron veranos hermosos. A caballo todo el día, tomando leche de vaca recién ordeñada, corriendo a la quinta a comer manzanas, en aquel que era mi manzano (cada uno de los primos que siempre nos juntábamos en la casa de campo había elegido imaginariamente un árbol), subíamos a los perales, a los guindos, y al resto de los árboles que aún componen esa deteriorada quinta. Ahí quedaron las tardes de río de aguas claras y de temperatura agradable, las salidas a campo traviesa a jugar con las langostas o mariposas, el trabajo de arreo de animales y su posterior marcación. Esos cientos de animales que venían desde los potreros hasta los corrales para ser marcados y castrados (la recompensa eran las criadillas para comer fritas en la cocina a leña). ¿Cuántos recuerdos felices de esos días de campo?. Muchos. Si tanto me encantaba estar ahí que hasta en invierno trataba de irme… Ya más adolescente recorrí Temuco a pie yéndome a dedo hasta Los Laureles ya que el bus salía a las 12 horas del Terminal Rural, al lado de la feria de Temuco.. Historias hermosas que ha quedado entre lo mejor de lo que he vivido.

Crecimos. El cambio de mis abuelos al pueblo también marca el cambio y el interés por ir a verlos disminuyó, aunque no dejé de hacerlo. Si hay un recuerdo de esta época es el de mi abuelo despidiéndose parado en la puerta de su casa esa última vez antes de que Dios se lo llevará… fue el adiós. La siguiente vez que volví ya había cumplido los 18 años y fue a fines de agosto de 1988. Un viaje triste toda la noche en bus desde Santiago como había que esperar que el bus para ir a casa del abuelo, me arranqué al Mercado de Temuco y en su puerta le compre a una mapuche unos copihues rojos. Eran el último homenaje que podía darle a mi viejo. Ya en el bus rumbo a Laureles me fui sólo al final y el resto de mi familia se quedó al principio… sentado en los escaños de la puerta trasera me tocó vivir una de los episodios más penosos que me ha tocado. Desde la radio del bus comenzó a sonar la canción “por qué te marchas abuelo” de Manolo Galván. Las lagrimas corrieron, las mismas que derramé en la leñera estando en al casa de ellos y que me salen cuando recuerdo ese momento. Fue el fin de una etapa.

La alegría ya viene

Dos semanas después de ese triste episodio la alegría llegó. El triunfo del No fue un logro importante para Chile y siento haber contribuido con más de unos granitos de arena. Cuántas cosas recuerdo de esta época. Marchas, caravanas, movilizaciones, rayados, panfleteos (el partido entre Chile y Paraguay para las eliminatorias de ese año fue extraordinario. Ingresamos con una mochila llena de panfletos que lanzamos en la galería norte y que inundaron el estadio). Tantas cosas que hice en esta época, tanta gente que conocí…Si hay un factor que ayudo a todo esto fue mi formación personal es el haber estudiado en el Liceo de Aplicación. Llegar al emblemático establecimiento de Cummings no fue fácil. Tenía a mi primo Marco Serrano estudiando ahí desde séptimo por lo que pedía mi tía que me averiguara cómo podía ingresar, me dijo que estaba todo listo y que fuera a dar las pruebas a fines de diciembre. Cuando llegué a rendir esa prueba mi nombre no apareció en ningún lugar. Ella había consultado que se necesitaba y me lo dijo yo andaba con todos los papeles, pero se le olvidó que había que inscribirse antes. Así que ahí estaba un pre adolescente de 13 años hablando con las personas encargadas del proceso, pidiendo hablar con el rector, moviéndome con gente que nunca había visto. En mi interior resonaban las palabras de ese desgraciado profesor de matemáticas del Colegio Regina Pacis, donde estudié de sexto a octavo básico, y que me había dicho que no quedaría en ese Liceo “porque no es para ti”. Tener que volver a la calle el Aguilucho y hacer mi enseñanza media en el Regina Pacis que iniciaba a dar ese año primero medio y ver la cara de esa bestia me dio las fuerzas de insistir y pedir que me por lo menos me dejaran tomar el examen. Si no quedaba que fuera por temas académicos y no por que alguien no había hecho bien su trabajo de informar bien lo que se debía hacer. 45 minutos después de que todos habían partido comencé con los exámenes. Sentado en la sala me vino un decaimiento que casi me llevó a pararme y entregar la prueba sin contestar . No había derecho de que un niño enfrentara esa dificultad… pero el recuerdo de ese profesor del Regina Pacis me hizo contestar rápidamente. Terminó el tiempo y no alcance a contestar todo, pero lo suficiente. Ahí semanas después vi mi nombre en el Primero I, la felicidad fue enorme…. Nunca más volví a pisar el Regina Pacis y nunca me importó cruzar Santiago desde La Reina hasta Cummings con Alameda durante cuatro años. El emblemático establecimiento fue mi base y mi mundo.

 
Los viajes eran entretenido porque me iba con algunos amigos que estudiaban en el Victorino Lastarria y niñas en el Liceo 7 de Providencia. Aunque mi libreta se llenó de atrasos y ya no encontraba justificación para ellos y tenía que inventarlas. Como una en que un profesor me preguntó delante del curso en silencio porque ya estaban rindiendo la prueba de ese día porque llegaba con 15 minutos de retraso y me aproche de que había visto un bus que frente al Banco del Estado se le había salido el eje de las ruedas y le dije sin titubear: “Profe venía bien, pero la micro que estaba delante de la mía quedó en panne porque se le salió el eje. Así que hubo que esperar un buen rato que se despejara para comenzar a andar de nuevo, por eso llegué tarde”… silencio y el comenzó a mover la cabeza negando el hecho y dijo: “pero si ese bus está desde la mañana… anda a sentarte mentiroso y espero que hayas estudiado”, risas en toda la sala.
Como olvidar las innumerables tomas del establecimiento para reivindicar la lucha de los estudiantes, ya sea contra la municipalización o contra el régimen de Pinochet. Muchas historias de vida que me marcaron en esos años. Muchas.

 
Luego de salir y rendir una muy mala Prueba de Aptitud Académica (PAA) que fue reemplazada después por la PSU tuve que ver qué hacía. Los 614 puntos ponderados estaban lejos de los 700 que necesitaba para entrar a estudiar periodismo, la carrera que había decidido estudiar en séptimo básico tras hacer un trabajo de ciencias naturales en el Hospital El Salvador. Tenía la posibilidad de estudiar ciclo básico en la Universidad Católica de Temuco e internamente tratar de postular a periodismo en Santiago. Pero lo veía muy complicado y al final terminaría siendo profesor de castellano y eso no era para mi.

¿Qué hacer? Si no estudio terminaré trabajando toda mi vida como vendedor de Falabella o Almacenes Paris ya que comenzaré a recibir dinero y no dejaré de trabajar. Al final tras recorrer varios lugares para estudiar algo parecido y que pudiera financiar mi papá terminé en Inacap estudiando Comunicación Social con mención en Relaciones Públicas en la sede de Colón. Ahí llegué a ser candidato a la presidencia del centro de alumnos con lista y todo. Perdí, pero seguía mi veta política. Al final terminada la carrera logré a través de contactos la posibilidad de hacer mi práctica profesional en el Ministerio de Hacienda. Ha sido uno de mis trabajos más importante. Trabajé como asesor del asesor de prensa entre 1991 y 1994 en el Ministerio de Hacienda cuando el titular era Alejandro Foxley y en que mi jefe directo se convirtió en el pilar de lo que ha sido mi vida a lo largo de estos años, Cornelio González. Este último que murió antes de terminar el período de Patricio Aylwin fue el que me convenció que estudiara periodismo en la vespertina así termine la carrera en la Universidad de Artes y Ciencias Sociales, más conocida como Arcis.

Al egresar de periodismo y un rápido paso entre otros por La Moneda (espectacular la oficina que tenía con vista al Patio de Los Naranjos) en donde trabajé con Jorge Rodríguez Grossi en la Subsecretaria de Desarrollo Regional. Fueron ocho meses hasta que a Jorge lo echó Eduardo Frei por pelearse con Germán Correa. Así que nos fuimos a la cesantía por algunos meses. En enero me había casado y en diciembre nacería mi primer hijo Sebastián. Humildad fue la palabra que aprendí en esos cinco meses sin trabajo. (Esto requiere un capitulo especial). Tras pasar tres por JC& L Comunicaciones, en donde me abrieron las puertas al mundo laboral nuevamente (gracias eternas René) y pitutear en Cieplan con Joaquín Vial comencé laboralmente el 2 de mayo de 1996 en el Diario Financiero, otro hito en mi vida (y otro capítulo aparte). Llegué a ser periodista de verdad.
Primero como periodista de la sección economía, especializándome en temas macroeconómicos. Luego en la sección finanzas en donde cubrí el sistema financiero a través de las mesas de dinero. En este diario hice de todo: editor de la página web, recorrer Chile en las conferencias regionales, viajar al extranjero en charlas de computación, asambleas de organismos internacionales, a manejar autos, o ser moderador de un debate de economistas. Que hice cosas y amigos en el diario. Cuanto vieje hermoso que recuerdo. Cuántos personajes, cuántos recuerdos.
En agosto de 2005 me fui sin querer y queriendo al Diario La Tercera donde estuve hasta enero de de 2006 cuando postulé al Banco Central y ahí me pillan estos cuarenta años. Institución que conozco desde que comencé a reportear en 1996.

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